20 dic 2011

El jardín subterráneo de Cho Sunkyung




Martin Luther King dijo que aunque el mundo acabase mañana, él todavía plantaría un árbol hoy. En el caso del señor Moss, el protagonista de El jardín subterráneo, aunque el mundo de una estación de metro parezca muerto, él insistió en plantar un árbol, alimentado por un conducto de ventilación. Es la magia de los cuentos. Lo imposible cobra vida, se traspasan los límites de lo impensable. 

Cho Sunkyung se inspiró en un hombre real que trabajaba como conserje en el metro de Nueva York para crear un héroe solidario con la naturaleza, un altruista. Un personaje que da paso a la vida donde sólo había asfalto y mal olor. Un personaje que personifica la sencillez, el esfuerzo y el trabajo constante -dedicará toda una vida a su jardín subterráneo, que habrá llegado a la superficie cuando él ya sea un anciano-, pero también, y lo que me parece muy importante en nuestro siglo, la conciencia ecológica. Puede que la excusa sea el mal olor que impera en el metro y molesta a sus usuarios, pero el resultado es un jardín en medio de una ciudad gris e industrial. Siempre se destacan los valores de Moss sobre el trabajo cuando se reseña el libro -algo muy comunista, por otra parte, y adecuado en tiempos de crisis. Pero a nosotras lo que más nos gustó es ese final en que la naturaleza recupera parte del terreno perdido. Una pequeña victoria sobre la materialidad del hombre, sin duda. 

Sunkyung, un tipo simpático


Sobre las ilustraciones, apuntar que nos agrada mucho el estilo desproporcionado de Sunkyung: todos los personajes son cabezones, bajitos, con pies de payaso y manos de gigante, y con buenas narizotas. Bastante occidental, pero con ojos rasgados. Nos gustaría saber más de arte para analizar más en su profundidad su estilo, pero todo llegará. Una lástima que en España sólo se haya publicado esta obra, editada por Thule Ediciones tanto en español como en catalán. Pudimos echarle la mano a la traducción castellana de Agatha Yoo. 

Os recomendamos El jardín subterráneo. Esa imagen de portada en la que un hombre solitario y silencioso lee un libro junto a un pequeño árbol es tierna y esperanzadora. Nunca es tarde si la dicha es buena, dicen. 


¡Volveremos!


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